Por Rubén Kaplan.-
Cuando Barak Hussein Obama asumió el 20 de enero de 2009 como presidente de
Estados Unidos, la educación musulmana en su niñez, de la que intentó
desligarse sin convencer a vastos sectores, suscitó en mucha gente sospecha y
recelo.
Transcurridos más de
tres años, su defectuosa política exterior, que apoya a la Hermandad Musulmana
y los movimientos integristas islámicos de Medio Oriente, es condescendiente
con los palestinos, especialmente pusilánime con Irán y desdeñosa con Israel,
confirma que esa aprensión, lejos de ser infundada, tenía asidero y era
absolutamente razonable.
Aunque oficialmente
EE.UU. e Israel sostienen que la relación entre ambos es óptima, “nuestra
relación nunca ha sido mejor”, la realidad es que los aliados atraviesan la
peor crisis en las relaciones bilaterales de los últimos 37 años, en referencia
a la confrontación de 1975 entre el entonces secretario de Estado
norteamericano Henry Kissinger, y el primer ministro israelí Isaac Rabin por
las presiones de Washington para que Israel se retirara de la península del
Sinaí.
El martes 19 de mayo
de 2011, en Washington, el presidente norteamericano Obama, en el marco de un
oprobioso discurso político sobre Medio Oriente, previo al arribo del Primer
Ministro de Israel, Biniamín “Bibi” Netanyahu para reunirse con él en la Casa
Blanca el viernes 22, expresó que Israel debería retirarse a las líneas
anteriores a las de de la Guerra de los Seis días de 1967 -demarcaciones
llamadas Auschwitz por el recordado ex Canciller israelí Abba Eban- con
intercambios de tierra consensuados por las partes, como punto de partida para
las negociaciones de paz con los palestinos. Lo expresado por Obama -el primer
mandatario estadounidense que exigió una retirada de Israel sin las mínimas
medidas de seguridad indispensables y no tener en consideración los
innumerables ataques terroristas contra el Estado judío por parte de
palestinos-, olvidó la garantía dada por el presidente George Bush en 2004 al
ex Primer Ministro Ariel Sharon, por la cual se comprometía a no forzar a
Israel a retornar a las fronteras de 1967.
En su cuestionada
alocución, Obama no hizo referencia al pretendido “derecho al retorno” núcleo
central de cualquier negociación, por el que bregan por igual la ANP y el
Hamas, que pretenden que los expulsados en la Guerra de la Independencia de
Israel en 1948, -originada cuando siete países árabes de la región atacaron al
flamante Estado judío, rechazando la partición de la ONU- millones de
familiares o descendientes de aquéllos, incluidos los que huyeron
voluntariamente a instancias de sus dirigentes, regresen como refugiados para
reducir a los judíos a una minoría en su propio país. Al respecto opinó Bret
Stephens, editor de la sección Relaciones Exteriores y Director Adjunto de la
página editorial de The Wall St Journal, quien dijo que Obama trató con desdén
un día antes de su visita a Netanyahu y calificó al plan de paz pergeñado por
el presidente Obama, entre Israel y los palestinos, como una “fórmula de
guerra”. Stephens acusó a Obama, quien dijo en su discurso “es tiempo de decir
la verdad”, de componer el lenguaje que sirvió como un “tejido fino de
falsedades, prestidigitación retórica, omisiones y auto-contradicciones”.
Si realmente el
Presidente Obama, fuera pro-Israel “él debería decirle a los palestinos que no
existe ningún derecho de retorno” y debe esbozar las consecuencias específicas
y duras que debe enfrentar por unirse Hamas al Gobierno.” El Presidente
elucubró y desestimó las cuestiones de la situación de Jerusalén y de los
refugiados, sugiriendo que la Autoridad Palestina e Israel deben discutir,
después de un acuerdo sobre un Estado palestino la contradicción inherente.
A propósito de
Jerusalén, se puede comprobar la mendacidad de Obama. Durante su campaña para
presidente, Obama aseguró que Jerusalén seguiría siendo la “indivisible”
capital de Israel. Su postura desde entonces ha cambiado de manera
significativa. “Permítanme ser claro, la seguridad de Israel es sacrosanta.
Esto no es negociable”.
“Los palestinos
necesitan un Estado que sea contiguo y coherente y que les permita prosperar.
Sin embargo, cualquier acuerdo con el pueblo palestino debe preservar la
identidad de Israel como un Estado judío con fronteras seguras y reconocidas y
defendibles. Jerusalén seguirá siendo la capital de Israel, y debe permanecer
indivisa”. Casi lo mismo expresaba la plataforma del Partido Demócrata de 2008,
que decía: “Jerusalén es y seguirá siendo la capital de Israel. Las partes han
acordado que Jerusalén es una cuestión de negociaciones sobre el estatuto
final. Debe seguir siendo una ciudad indivisa accesible a personas de todas las
religiones”.
Según informó The Wall
Street Journal, la plataforma de 70 páginas del 2012, en la sección titulada
“Medio Oriente” dice que “El presidente Obama y el Partido Demócrata mantienen
un compromiso inquebrantable con la seguridad de Israel, pero no dice que
Jerusalén es la capital de Israel. El candidato presidencial republicano Mitt
Romney criticó a los demócratas por la deliberada omisión. “Es una lástima que
todo el Partido Demócrata haya abrazado la vergonzosa negativa del presidente
Obama a reconocer que Jerusalén es la capital de Israel “. Romney añadió:
“Cuatro años de repetidos intentos del presidente Obama de crear distancia
entre Estados Unidos y nuestro aliado preciado ha llevado al Partido Demócrata
a eliminar de su plataforma un reconocimiento inequívoco de una realidad
simple. Como presidente, voy a restaurar nuestra relación con Israel y estar
hombro con hombro con nuestro aliado”. En contraposición con la de los
Demócratas, la plataforma del Partido Republicano en 2012, dice: “Apoyamos el
derecho de Israel a existir como Estado judío con fronteras seguras y
defendibles, y prevemos dos estados democráticos: “Israel, con Jerusalén como
su capital y Palestina para que vivan en paz y seguridad”.
La mayor fisura y
divergencia entre EE.UU. e Israel, históricamente coligados de forma
monolítica, se produce por la disímil posición que asumen ante la amenaza que
representa para el Estado judío, la República Islámica de Irán. Obama es
partidario de la diplomacia y las sanciones económicas progresivas para
disuadir al régimen del ayatolá Jamenei, de obtener armamento atómico. Israel
convencido de la inutilidad de esa medida y por razones de estricta
supervivencia, es proclive a un ataque preventivo a las instalaciones nucleares
del país persa, que desde hace años anuncia impunemente su intención de borrar
a Israel del mapa y repetir un nuevo Holocausto.
En concordancia con la
Casa Blanca, el Jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., General Martin Dempsey,
quien en febrero de 2012 dijo que su país cree que “el régimen iraní es un
actor racional y es por esa razón, creo yo, que la actual política con Irán es
el camino más prudente en este momento”, declaró el Jueves 30 de agosto en
Londres al diario británico The Guardian, que un ataque israelí “claramente
puede retrasar, pero probablemente no destruir el programa nuclear de Irán”.
Dempsey añadió refiriéndose a la posibilidad que Israel ataque las usinas
nucleares de Irán: “Yo no quiero ser cómplice si ellos (Israel) optan por
hacerlo”.
La opinión del militar
de mayor rango norteamericano, que no puede ser improvisada y cuenta
indudablemente con el aval de Obama, se agrava por el uso del término cómplice,
que sugiere es un “delito” el derecho de Israel de salvaguardar su existencia.
Dempsey luego asombró a la audiencia diciendo que no conocía las intenciones nucleares de Irán. Las sanciones contra Irán están teniendo un efecto, dijo, y se les debe dar una oportunidad razonable de éxito. Mientras el general hablaba, quedaba ridículamente descolocado por la evidencia que Irán no se ha desviado ni un ápice en su carrera para desarrollar armas nucleares. La Agencia Internacional de Energía Atómica reportó un incremento de 31 por ciento en el uranio 20 enriquecido, que pasó de 145 en mayo a 189,4 kilogramos.
Dempsey luego asombró a la audiencia diciendo que no conocía las intenciones nucleares de Irán. Las sanciones contra Irán están teniendo un efecto, dijo, y se les debe dar una oportunidad razonable de éxito. Mientras el general hablaba, quedaba ridículamente descolocado por la evidencia que Irán no se ha desviado ni un ápice en su carrera para desarrollar armas nucleares. La Agencia Internacional de Energía Atómica reportó un incremento de 31 por ciento en el uranio 20 enriquecido, que pasó de 145 en mayo a 189,4 kilogramos.
Es incierto saber si
la tesitura de Obama, incidirá en el voto de los judíos norteamericanos,
aparentemente más distantes de Israel de lo que fueron tradicionalmente y si
sus contribuciones de campaña disminuirán. Las declaraciones de su oponente
Mitt Romney quien dijo que “Obama lanzó a un aliado como Israel debajo del
autobús” y fracasó por completo para detener las centrífugas de Irán que siguen
girando, tal vez los lleve a reflexionar en el momento de los comicios que se
llevarán a cabo el 6 de noviembre próximo.
Otra prueba de la
animosidad de la Administración Obama con Israel, es la noticia que publicó la
revista Time informando que el gobierno de Estados Unidos decidió reducir su
participación en una serie de ejercicios militares que tenía previsto realizar
en forma conjunta con Israel durante el próximo mes de octubre. Washington
niega que el recorte se deba a la falta de confianza y aseguró a través del
portavoz del Pentágono que sigue siendo el más grande ejercicio defensivo de
misiles balísticos.
El fracaso absoluto de
Estados Unidos en aislar a Irán, que sigue impertérrito su carrera hacia su
meta nuclear y tiene misiles que podrían alcanzar Israel y los objetivos de
Estados Unidos en la región, provoca la hilaridad de los persas, que lograron
que Teherán sea el escenario de la Cumbre de Países no Alineados a la que
asistieron vergonzosamente decenas de líderes mundiales.
Abandonado a su
suerte, el gobierno de Netanyahu, traicionado y dejado a la deriva por su mejor
amigo, deberá asumir la responsabilidad total y exclusiva de las consecuencias
de atacar a Irán.
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